Los ojos enrejados de Elena Varela por Pedro Lemebel





Elena Varela podría haber sido yo, por eso tal vez me encaminé al acto homenaje por el natalicio de Allende en el Centro Cultural frente a La Moneda. Allí haríamos la intervención. Y, la verdad, era muy coherente relacionar este abuso democrático con los 100 años del natalicio de Allende.

Y aunque pude serlo, yo no fui el creador de la acción, más bien me convocaron unos amigos. Y pensando que en este país eran tan pocos los que reclamaban por la libertad de la cineasta y documetalista Elena Varela, encarcelada desde el 7 de mayo en Rancagua, acusada de ser autora intelectual de delitos poco probados, usando como elementos de prueba el montaje de una bandera del MIR y armas de utilería ocupadas en la filmación de una película. Además, Elena realizaba el documental "Newen mapuche", sobre la actual contingencia del pueblo mapuche, y todo ese material fílmico se lo han incautado como elementos de prueba. Elena filmaba los atropellos a los que a diario es sometido el pueblo mapuche, y quizá fue esto lo más provocador para el juez que ordenó su detención.
Si fuera por eso, muchos estaríamos presos. Elena pudo ser cualquiera de nosotros, varios de los que aún quedamos abogando por los atropellados, perseguidos y humillados de siempre. Elena podría haber sido yo, por eso tal vez me encaminé al acto homenaje por el natalicio de Allende en el Centro Cultural frente a La Moneda. Allí haríamos la intervención. Y, la verdad, era muy coherente relacionar este abuso democrático con los 100 años del natalicio de Allende. Era una forma de repolitizarlo, cargar de sentido ese neutro homenaje con olor a cripta. Era hacerlo respirar de un acto vivo demandante de libertad. No éramos tantos los que nos reunimos en un lugar cercano donde nos repartimos camisetas blancas con la leyenda LIBERTAD A ELENA VARELA. Éramos cerca de veinte escritores, estudiantes, cineastas y amigos relacionados con derechos humanos. Un lote compacto que se vistió con la polera y encima nos cubrimos con otra prenda. Teníamos invitaciones que alguien se consiguió de alguna manera.
Al llegar al Centro Cultural donde sería el evento, me encontré con gente conocida y toda la Concertación en pleno más el Partido Comunista, esta vez invitado con banda de música. Diputados, embajadores, artistas y otras pinturas de la política lucían sus pintas domingueras frotándose en una gran concurrencia que repletaba el salón principal de ese búnker subterráneo. Se parece a un gran estacionamiento con una acústica de tarro, por eso el grupo de cámara que se presentó al comienzo sonaba tan mal, rebotaba en la altura del espacio.
El glorioso himno "Venceremos", en violín y viola, era coreado tímidamente por la audiencia. Nos instalamos alineados en una baranda arriba del escenario. Abajo, el público concerta hervía ansioso, se rumoreaba que tal vez la Presidenta no llegaría. Pero llegó, caminando marcial entre el gentío que le abría paso con aplausos. Ella sabe caminar como Mandataria. No sé bien lo que es eso, pero la vi venir desde lo alto con su traje tornasol amaranto con el saludo colgando de la sonrisa. Al parecer, eso es saberse Presidenta. Cierta altivez empuja su paso seguro y acompasado. Se la veía nerviosa, seguramente se había filtrado que preparábamos algo allá arriba. Demoraba demasiado el comienzo del evento y la familia Allende y los artistas y pintores de la izquierda en el escenario conversaban con aburrimiento. Al fin, después de una hora, comenzó el acto con el discurso de la ministra de Cultura. Y a una seña, en ese preciso momento, nos quitamos los abrigos y quedamos todos en polera, en una larga hilera como un lienzo humano exigiendo la libertad de Elena. Un breve y apagado aplauso nos dio a entender que había molestia. La Presidenta nos dio una rápida ojeada y cambió la cara, después trató de parecer indiferente conversando con Isabel Allende. Éramos como su telón de fondo. Y allí nos quedamos sin movernos. Abajo, en la multitud, el murmullo corría preguntando quién es Elena Varela. Cómo se atreven a interrumpir el homenaje a Allende, decían unos socialistas remasterizados. Desde el fondo, una vieja chica no alcanzaba a leer las poleras y pensaba que era una acción por las ballenas. Sin duda, aunque lo calificaron como una acción pacífica, nuestra presencia provocaba tensión, los guardias con sus celulares nos tenían cercados. Pero no había motivo para desalojarnos. Escuchamos todos los discursos con el pecho erguido con el nombre de Elena Varela. Apareció en todos los canales de televisión. Nadie podía no vernos y preguntarse quién es Elena Varela. Después de esa noche, todos sabían quién era. Eso fue todo, cuando la Presidenta se retiró malhumorada, nos pusimos los abrigos y algunos bajamos a dar cuenta del pisco sour del cóctel. Allende, desde la memoria, nos sonreía con una copa en la mano.

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